Al asumir Caprichito el niño monarca, notó con cierto disgusto, que el castillo real, lugar desde donde gobernaría, estaba casi al mismo nivel que el resto del poblado.
No es que el inmenso palacio fuera pequeño o se haya hundido, es que, mientras estuvo la Reina Calabaza Amistosa gobernando, el pueblo creció tanto, que se acercó a la altura de las construcciones más ostentosas.
Las construcciones de media altura estaban bastante cerca de las más altas y las más bajas casi al mismo nivel que las medianas. El niño monarca ideó un plan bastante caprichoso... Convenció a los propietarios de las residencias que estaban en el medio, que si El pueblo entero trabajaba para elevar el castillo cada vez más alto, la riqueza caería de arriba como lluvia. Los cofres, que los más opulentos tenían, desbordarían tarde o temprano y cayendo desde tan arriba, se repartiría mejor en el poblado. Así los que tuvieran sus casas más alejadas al palacio recibirían, de una forma escalonada, las riquezas que tanto merecían.
Así sucedió... El pueblo entero trabajó para elevar más y más el inmenso castillo del reino. Los picos rozaban las nubes y sus entradas se volvieron inalcanzables.
Una vez terminada aquella faraónica empresa, el pueblo entero comenzó a reunirse en la PLAZA MAYOr a esperar que las riquezas llegaran desde lo alto. Mirando para arriba esperaron días, semanas y meses, pero lo único que presenciaron fue que, cada tanto, Caprichito sacaba la manos por uno de sus ventanales para arrojar unas monedas cual limosna... Los cofres nunca desbordaron y siempre había cofres nuevos para llenar. Lo que había conseguido la gente es que las construcciones alta fueran más altas que el pueblo y pudieran ver el horizonte por encima de los demás.
Poco tardó el pueblo en entender que para que la cultura de la limosna volviera a regir en el reino, una mano debe estar muy por encima de la otra.
Texto y dibujo: Caito.
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